lunes, 22 de julio de 2013

Manejar un avión

Desde hace un año y medio he estado trabajando para una conocida marca de telefonía. Como muchos sabrán -por mis múltiples anécdotas al respecto- no paran de pasar personajes de todo tipo por aquí, y desgraciadamente -para mi- esos personajes son como unos bebes lloricas que han roto el jarrón favorito de la "mama" y no son capaces de esconder los pedazos sobrantes bajo el sofá.

Pero todo esto se lo debemos a una marca concreta a la que le encanta el rojo... Este distribuidor de telefonía decidió que era bueno (y por lo visto divertido) crear un apartado en su tienda con gente especializada y centrada en la configuración de aplicaciones y activación de cuentas así como la puesta a punto del terminal que el cliente random había adquirido en cualquiera de sus locales.

La idea no era mala: Un grupo de gente que se encargue de aguantar a los clientes "paliza" que se dedican a preguntar por sus aplicaciones... Pero... ¿Que sucede si el típico cliente no te viene a preguntar por las aplicaciones? ¿Y si el cliente, básicamente, no tiene ni idea o simplemente le tiene pánico al teléfono?

Pues muy sencillo... El fantastico grupo de SuperHeroes configuradores se acaba convirtiendo en un grupo de gente sublevada y esclavizada por ese genial cliente aleatorio que les plantea preguntas del estilo "¿Como lo hago para enviar un mensaje?", ¿Me bajas el Whatsapp?" o cosas tan inverosímiles como "¿Como lo hago para colgar la llamada?".

Y me parece muy bien... Quiero decir; te las has dado de listo... ¡Pues ahora a pencar! ¡No haber prometido al mundo entero que puedes configurar sus terminales y sonreír a la vez!

Pero claro... El problema, lejos de acabar aquí, plantea una globalización hacia terceros que se acaba por sufrir en carnes de operadores y distribuidores ajenos a esa marca roja: Es decir; en mi.

Día a día, los humildes sirvientes del operador para el que trabajo tratan con clientes que manejan una sola idea: Convertirnos en un esclavo temporal de sus absurdas dudas.

Así pues, el cliente entra y suelta su estupidez (pongamos por ejemplo una pregunta verídica reciente...) "¿Como lo hago para ver las fotos de Yoigo?".
En ese momento de bloqueo, el cliente, rápido cual felino, ya tiene preparadas una serie de quejas que les darán la verdad y la razón absolutas.
Quejas que se barajan entre "Esto es tu trabajo", "Si no me lo configuran en la tienda donde lo compre, ¿Entonces donde?", "¡Mira que teneis pocas ganas de trabajar!" o bien, y la más fantástica de todas "¡Esque no tienes ni idea". Esta última me encanta porque deja entrever la ignorancia del insultante.

En fin... Un fantastico arco iris de clientes que te dejan un mal sabor de boca y te incitan a arrancarte el labio a mordiscos.

Y ¿donde nos deja esto a nosotros, los trabajadores?
En un puesto muy poco favorable; en un mundo de fantasía e imaginación donde el asesinato es legal y tenemos armas de fuego en el almacén. Un lugar donde, a grito pelado, podemos gritarle al cliente lo estúpido que es y lo poco empático que se vuelven cuando no son ellos los que bailan detrás del mostrador.

Desde aquí, y si hay algún negado tecnológico leyendo, os digo: Si no sabéis manejar un avión, no os lo compréis.

Aunque bien es cierto que -y a favor de los clientes-no todos son unos cromagnones...

También están esos clientes que te obligan a llamar a atención al cliente "porque ellos no saben"... Pero esto es otra historia...

Sin más dilación: Palangana.

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